Tuesday, December 11, 2012

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No pensemos que la crisis es la plena causa a todos nuestros males. Ni que ha surgido así, caída de la nada y anegando nuestro país, convirtiéndonos en los mejores casi del tercer mundo. Y se tenía razón cuando se dijo que para algunos, Europa, acababa en los Pirineos. Esta vez no ha sido la maldición judía la que nos ha llevado a esto, sino nuestra capacidad de involución.

El problema de Cataluña era para que hubiera sido resuelto de una vez. Dijo Ortega y Gasset que era conllevable pero no solucionable. Y con toda la razón le tomo la palabra, si acaso el tiempo no hubiera pasado unos setenta años, pero es para que a algún brillante político, de esos que van en coches blindados y ganan millones de euros, se le hubiera ocurrido en ese tiempo un plan B. Lo que ha acontecido en estas semanas pasadas, con la ilusoria voluntad del Mesías fraudulento, es un toque de atención por el pueblo catalán. La independencia, una excusa para ello, porque no es momento ahora de pensar en secesiones o en quimeras tal como decía el Jefe del Estado.

La política desgastada, en las calles la gente infectada del revolucionario “democracia real ya” y no se equivocan. Los criticados perroflautas que ladran y cantan en la plaza del Sol alegando una mejora necesaria de los derechos es un grito que clama al cielo, ante la repulsa de políticos de traje y corbata. Parece que se han propuesto que pensemos, tal como hace un siglo y describía Clarín, que el poder se pasa de unos a otros, en que el voto, que es lo más valioso, como elemento indiscutible de realidad democrática, sea un chiste consentido para calmar la sed, cuando al rato se les sesga la sin razón. El turnismo pasó a la historia, y sin embargo, sigue repitiéndose en nuestros días.

¿Qué pasa España? Enjaulados en un sistema de autonomías nos creemos ya salvaguardados de todo lo que se nos avecina. Y uno de los problemas es, la falta de unidad. No nos conocemos. Los españoles no se conocen, porque no viajan. Con el mercado inmobiliario, hasta el cuello, los nuevos propietarios, que son médicos, profesores, barrenderos, juristas y autónomos –por no describir al escueto mercado laboral que tenemos presente- se adentran en su caverna de cuatro por cuatro con una hipoteca casi asfixiante. El trabajo los envuelve y para cuando quieren acordar, prefieren quedarse viendo una película de esas de Antena 3, sentados en los sillones de IKEA y tapados con mantas por no hacer partícipe a Endesa de la velada y el gasto que supone.

Mientras tanto, preferimos pensar que los catalanes hablan catalán para fastidiar al resto; que los andaluces son unos vagos insaciables y que Europa nos pincha con un palo cada vez que se reúnen los presidentes de Alemania y Francia.
Decía el rey anterior al de ahora que intentaría hacer del sentimiento patriota una causa buscada por todos, para ayudar al país que entonces daba las buenas noches a cuatro siglos de imperio. Pues todo lo contrario sucede. La dictadura de la que hemos salido (y utilizo el pasado reciente, porque treinta años en la historia de un país no son nada) puso el orden a fuerza de palos, pero ahora, el español que iza la bandera roja y gualda, o lleva algún distintivo como signo de querer a su país es tachado, inevitablemente, como un seguidor del régimen. ¿Acaso hay que no querer ser español, aun viviendo en España, para ser tratado de progresista? Esa es una asignatura pendiente en esta sociedad, que como ley verbal ha constituido el estupor de etiquetar de fascismo a aquel que ve su país como lo que es.
Más de treinta años han pasado, y la Constitución sigue intacta, pero, aun estando callada, pide a gritos que se le reforme, pues el cambio generacional ya está dando lugar, y ya no son pequeños retoques y pinceladas las que hay que darle, por miedo a que se desmorone.

Una, grande y libre. Atrévanse a pronunciarlo y vean como son lapidados con las mismas piedras de su casa. Hay que tapar agujeros, hay que tapar tabúes. Hemos tenido gobiernos de unos y otros colores, y sin embargo, desde que empezó el siglo, hemos involucionado de una forma agresiva e imprudente.
No echemos toda la culpa a los demás, seamos críticos, como los ingleses, y mirad qué bien les va. Dejemos de lado nuestras egocéntricas aptitudes y compartamos, solidaricémonos con el allegado y formemos de este país, que por muchos pisos que se hayan construido se ha convertido en una parcela de escombros, en una España de unión y cohesión, una España que valga la pena.

Sire

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