No esperaba verse en un espejo, ni encontrar su sombra junto al sol de mediodía. No esperaba nada de lo que pudiese brotar un recuerdo. Le atormentaban, le llevaban a otras épocas o le adormecían. Constituían la mitad de un reloj de arena que, a diferencia del de la vida, no cesaba en su apogeo de melancolía. El idioma de los recuerdos es obsceno, orgulloso y maltrecho. Son una continua resaca, una sucesión de belleza que puede demacrarse con las ráfagas de viento. Creía que sin recuerdos no había alma y sin alma no hubieron besos.
Noa
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