Sunday, November 25, 2012

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“Contar lo que cuento sin decir lo que siento”, y como norma de vida lo tomó. Llegar a casa, quitarse los zapatos, hacer la comida, sentarse con su café y con un cigarro y encender el ordenador, y esa era su vida.
Pasaba el tiempo tirada en el sofá, esperando la llamada, de aquel hombre que no convenía, de típico tipo que no era tan típico. Un hombre casado y con hijos ¡escándalo! Eso asegurado.
Ella se sentía la lolita perfecta de aquel Humbert, tan deseada como amada. Enamorada de aquello que era más un sueño, anulando planes, atada a sus deseos… Pero era un secreto, su secreto…
Vivía inmersa en los susurros de aquel profesor de universidad al que creía perro viejo, del que adoraba escuchar historias y del que siempre temía una negativa, el final.
Apagaba el ordenador, cerraba su otra vida, colgaba el teléfono, y aunque la melancolía fuera lo que le invadiese en ese momento por las palabras no dichas sabía correr el velo de su otra vida.
A partir de aquí solo quedaba una joven que adoraba el café en compañía, la típica chica no tan típica. Sonreía, ¿por qué no hacerlo? Hablaba y hablaba, de lo divertida que era la vida, de lo bonito de respirar, de el libro leído, pero nunca del último suspiro dado.
Pobre, volvía a casa. Esperaba que llegasen las doce, como siempre. Vaso de vino en la mano que a esas horas sustituía el expreso de las tardes, y sólo esperaba unas notas al piano y escuchar su voz en la distancia, con cautela, no vaya a ser que ella lo escuche.
La otra, así la llamaba la joven universitaria, y quizás sea verdad, era la otra.
Para él, ella llegó de casualidad. Fue el soplo de aire que le faltaba a su vida, la perfecta nínfula con la que siempre soñó. Perfecta, ingenua. Lo mataba sus labios, y esa inocencia. Olvidaba a la que una vez en el altar le juró: “hasta que la muerte nos separe”.
Si, el corazón necrosado lo tenía, al menos la parte que a su mujer correspondía. ¿Remordimientos? ¿Para qué? Sólo esperaba verla para que ella lo mirara con esa ilusión.
Le encantaba su forma de mirar.
Se lanzó a sus brazos.
Nunca se dicen cuanto se quieren. Nunca haría falta.
Sin final, sin principios.

Liz 

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