Queremos una España intelectual. Una España literaria. Queremos que los jóvenes lean, y de colmo, disfruten con ello. Les exigimos todo eso y mucho más a golpe de remo, en vez de buscar la senda exitosa que nutra de entusiasmo y facilite el resultado de los reticentes.
De nunca me ha gustado leer. ¿Leer el qué? Pues los horrendos libros “adaptados” a la edad que no decían nada. Contaban historias diversas, pobres en esencia e incluso mal relatadas. Hablaban de niños, y de aventuras, pero ninguno me llamaba la atención. La excepción se creaba con los hermanos Grimm, con las fábulas de Esopo y Samaniego, con los cuentos como medio de narración capaz de arrojarte a una historia envidiable de vivir.
Y es que escribir no es fácil. Y la oralidad es una gentileza que cae bien a unos cuantos agraciados. Tal es el caso como el expuesto en carnes de doña Oretta, uno de los cien cuentos dados en el Decameron de Boccaccio.
Tampoco se crea una atmósfera adecuada, experta. ¿Cómo puedes introducirte en un mundo de ensueño, cuando tienes en una mano agarrando el móvil o portátil, cosa de este infame paraíso? ¿Cómo voy a trasladarme en el ascensor de los tiempos, ponerme en la piel de tales y conocidos personajes de historias bárbaras y fantásticas? No es esta una buena época para la lectura, porque no se favorece, aunque paradójicamente se exija.
Porque a los escritores también nos falta la inspiración, y la causa de nuestra desdicha viene de esa atmósfera, tal como podría decir cualquier literato. ¿Acaso crearía Fernando de Rojas a una Celestina como tal? La del actual siglo tendría webcam y estaría pendiente de esquina con farola. ¿Acaso el mismo Cervantes sería capaz de revivir al Quijote? Para nada, ese estaría interno en un geriátrico harto de ingerir pastillas en juego de las enfermedades de la memoria.
Bueno, pésima sería y con razón nuestra narrativa. Pero no más allá se va nuestra poesía o nuestro teatro, corrompido por el poco éxito de uno y la anodina actitud frente a la televisión del otro.
Aun así buscamos en la enseñanza el ansia de que nuestros jóvenes lean y de colmo, que disfruten con ello.
Sire

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