El Instituto Cervantes, junto al Museo del Prado, es la joya de la cultura española. Y en el caso del Instituto de la cultura en español, que es algo más y que se ha llevado a cabo en absoluta y radical armonía con el resto de los países hispanohablantes, con una convicción: hoy la lengua española es una lengua profundamente americana. Y el Instituto no ha dado un paso sin Iberoamérica, donde viven nueve de cada diez hablantes del español. Próximo a cumplir veinte años de existencia, la política cultural seguida no cabe sino calificarla de Estado. Pocos ejemplos hay semejantes. Con distintos Gobiernos, en medio de legislaturas convulsas, con diversas sensibilidades, el Instituto ha dado una fenomenal muestra de institucionalización, de patriotismo y de apertura al exterior.
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| Generación del 98 |
Con Gobiernos del PSOE o del PP, la labor del Instituto ha seguido una línea clara, precisa: la expansión de la lengua (y de las otras lenguas peninsulares) y de la cultura en español por toda la geografía conocida. Salvo del Museo del Prado y de la Real Academia Española (por su especial sensibilidad hacia América), no puede decirse de ninguna otra institución cultural pública española. No es poco. Pero es un ejemplo. Un lugar del que tomar nota. El Instituto se ha ganado el privilegio de ser la casa del español en el mundo. Escritores, artistas, historiadores, cineastas, músicos, dramaturgos, videoartistas, lingüistas y tantos más de todos las naciones de lengua española saben que en el Cervantes está el ámbito de proyección de sus creaciones, la caja de resonancia de sus sueños, el aula que expande las letras de Cervantes y Borges, de Clarín y Octavio Paz, de Machado y Neruda, de Galdós y Vargas Llosa, de Baroja y García Márquez; las películas de Campanella y de Berlanga, de Eipstein y de Erice, de Iñárritu y Aménabar, y de Lucrecia Martel a Isabel Coixet. Sí, ha sabido ser la casa de todos y, para los españoles, la joya de la Corona.
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