La música me ha salvado de tantas penumbras... es misericordiosa, es humilde, es respetuosa. Ha sabido llegar de maneras tan exquisitas, con el aletear de la mariposa o con el ronronear de una mascota.
Un día decidí salir, caminar sin un rumbo fijo con la compañía de mi flauta y de mi sombra, mis dos fieles escuderas, mi hermana un día me comentó: Margaret tú no debes de confiar ni en tu propia sombra, pero la verdad yo confiaba demasiado en ella, más de lo debido, era mi amiga más leal, estaba en mis días brillosos y en mis días oscuros, no por ser invisible significaba que no estuviese, ella estaba ahí, yo siempre la oía reír.
Corrimos juntas, me llevé la flauta a los labios y comencé a tocar, dulce, suave y delicadamente; sentía como me iba elevando con mi forma de andar; todo el mundo se volvió mi cómplice aquella tarde de septiembre, corría y no había nada con que chocar, entre mis notas se podía escuchar mi carcajear, la euforia estaba invadiendo mis venas y estaba segura que nada podría detener mis pasos firmes.
¡Oh eterna compañía!, que risa me daba pensar en aquellas caras desconcertadas al verme volar, creo que nunca habían visto un ave sin alas, creo que nunca comprenderán la magia de caminar sin tocar el frío suelo.
Pobre soledad, ha recibido una cuchara de su propio vinagre, yo me encontraba tan bien acompañada y sentía que ese camino no tendría fin, volaba descalza con mi humilde flauta; que en su gloria viva aquel joven que me enseñó la magia de aquel instrumento; todos lo escuchamos cantar, bailamos a su compás y reímos al alejarnos de mamá; tantos mortales junto a mí y yo fui la dichosa a la que le obsequió su flauta. A veces me pregunto qué habrá sido de aquel hombre, sólo pedía unas monedas por tan sublime espectáculo, si yo hubiera contado con ellas se las hubiera obsequiado gustosa, pero era tan solo una joven niña que no tenía ni para el pan y mucho menos para el vino.
Detuve mi andar, me percaté de que una lágrima rozaba mi mejilla. Lo añora, él había sido un humilde flautista que le regaló vida a mi vida y obsequió paz a mi nación alemana. Compré la última copa de vino y le grité al viento: ¡A tu salud flautista desconocido!
Anely Civy

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