Thursday, February 21, 2013

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Son las historias innatas a los hombres, dados a la palabra, de explicar, de expresar, ideas maravillosas que se conjugan en romances eternos, fulminando muchos de ellos en aquel ancestral banquete al almuerzo de las perdices. Comedias que se burlan nuestros pesares, u orgullosas guerras que se libran entre impetuosos caballeros de capa y espada sobre galanes corceles por ver quien, al término de la contienda, se lleva el premio de la apuesta.

Estas historias, que por costumbre han ido propagándose al compás de los tiempos de generación en generación, ha confinado una recopilación de las grandes aventuras, que en un principio fueron mitos y leyendas de la antigüedad, para convertirse, maquilladas muchas de ellas con inocentes animalitos, en cuentos de hadas.
Tal como por ejemplo ocurre con la tan siempre entrañable Cenicienta. Esta muchachita, que puede ser napolitana perfectamente, por ubicar un lugar a la historia, es una joven bella, de tez clara que por las humillantes circunstancias que le presenta la vida, aspira a limpiar y obedecer lo que sus hermanastras y madrastra les ordena. Ella sumisa siempre, atiende a cumplir con lo que cree su obligación hasta que la oportunidad se le presenta, y decidida asiste al baile donde triunfal finiquita en el enlace con su príncipe azul.


En definitiva, no se sale este cuento de la realidad, por mucha ficción que crean que presenta. Perrault  (una de las tres coronas, que para mí compone la autoría de los mejores cuentistas o escritores de cuentos de siempre, junto con los hermanos Grimm y Andersen) muestra una de las Cenicientas más conocidas en el mundo occidental, a pesar de existir una en Egipto, China o Vietnam tan digna como la nuestra. La magia, inconfundible, que Disney vertió en el cuento, es sin duda, la mejor propagación y reconocimiento que podría habérsele hecho, auspiciar hasta la cumbre del recuerdo de millones de niños que ven a esa desventurada jovencita innata a su infancia.

Pudiera haber una calabaza convertida en carroza; pudieran hablar los ratoncitos de la casa y confeccionar un perfecto vestido; pudiera haber zapatos de fino cristal que no se rompiesen y sin embargo representar que la belleza es algo tan sutil que pudiera encontrarse en lo invisible; o un hada madrina que apareciese cuando más se le necesita al igual que un amigo que sabe que tras la sonrisa que pones y que todos ven, en el fondo se encuentra un mar de angustias que constantemente piden batalla. A la vez que pudieras soñar, imaginar y creer que todo lo que te propongas es capaz de crearse, porque en eso consisten las metas, en proponérselas y en hacerlas realidad.

Sire 

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