Friday, November 9, 2012

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Monotonía de lluvia tras los cristales, no, esta vez no es la clase. Quiso el corazón ser capturado, seducido y alentado de suspiros que de otro cuerpo se exhalaban, de caricias que no comprendía, de mitificados besos que se perdían en un vacío de breve distancia.
Fuiste la lluvia que rociaba los cristales. Que enturbiaba la transparencia haciendo que el sol se nublara. Fuiste el que llegó sin previo aviso, mientras agarraba la llave de un libro aún secreto.
Me asomé a la ventana, a ver el viento pasar, a verte caer hasta mi balcón como golondrina que surcabas aquel inmenso mar al que le tengo tanta desidia, a aquel inmenso mar que aúna el cielo, y toca la tierra. El que se adhiere y nos envuelve. Hablamos del amor.
Droga que supe desde el principio que me mataría en algún momento, pero sin embargo, tal como Odiseo, emprendí viaje hacia donde me llamaba, movido por algo de insensatez y torpeza. Amarrado a un mástil de cuyo barco yo mismo era el capitán, y así escuché, con viveza y crueldad, la alargada armonía de éxtasis que te provoca el querer de lo que no se conoce. Por ilusionarse y volver a pensar e imaginar, quizá incluso soñar.
Nemeida que me llena el consuelo del vacío que todavía preservo y que aunque Lady Govina haya intentado saciar, de poco me sirve. Caballero que brota de miradas y sonrisas calladas. Que está y deja de estar. Prófuga sombra soy, pues conozco más por lo que en silencios guardo que por lo que en palabras promulgo. Pero ante todo víctima de mí mismo y de dar rienda suelta a la apasionada vena azul de una sangre que con verte se congela.
Como Prometeo sufrí y no reniego de sufrir en más de una ocasión pues es ley de vida hasta que nos damos cuenta de lo que tenemos y no admiramos. Por hacer bien y llevar luz, ante las juiciosas tinieblas de esta caverna que dentro de mí aguarda, y no se decide sino en caos.
Tentativa la de enamorarse, y como no podía ser de otra manera, la de no ser correspondido. Pero acaso podemos ser dueños de un corazón que nos pertenece y no vemos. Hay que dejarlo oír de vez en cuando, aunque por miedo seamos cautelosos. Esto no estaría pasando si entre rejas ese truhán se albergara.
Envenenado cuan casi consumado, como aquel joven Werther, que puso fin a sus desventuras, que no serán las mías. Aún me quedan grandes cosas por hacer. A Dios doy gracias, de que de todo aprenda e invierto en extraer lo mejor de cada flor. A fin de cuentas, todo esto, lo hago a mi manera.

Lovelace

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