Una vez dije, que te regalaría la luna si me lo pidieses. Subiría hasta la cúspide celestial y con mis propias manos arrancaría la luna de su órbita, todo por acercártela y verla mejor juntos.
La luna... esa gran amiga, que como madre te guía en las noches, en las frías y de brisa marina. La que te alumbra y te saca de las desconocidas tinieblas que con tanto gusto nos aguardan entre una algarabía de calles vacías.
Sucedimos los hechos, renegamos un pasado del que nos apropiamos tan solo con palabras. Dejamos lo que fue de lo que sentíamos y afrontamos con maestría la práctica de lo que nunca compartimos en pensamientos.
Asombrados quedamos, pero ninguno negó la magia de aquel dulce momento conjugado de suaves caricias.
Tú en la puerta, yo sobre caballo. Mirabas entusiasmada y sonreías, porque no me esperabas, quizás a nadie y sin embargo esperabas desde tu puerta al paso del forajido.
Como si fuéramos desconocidos te entregué la cortada clavellina que el jardín vio nacer. Afamada de simpatías la recogiste y no faltaron momentos para contemplar el rocío de la noche desplegándose ante nuestros ojos.
No quisiste más regalo, y con eso te serviste. Al alba me fui, y desde tu cama preguntaste por el reencuentro.
Sonreí y subí al caballo que en la puerta aguardaba: a pesar de nuestra joven noche, ésta muere en la mañana. Y como tal, nuestro sueño había ya acabado.
Lovelace
La luna... esa gran amiga, que como madre te guía en las noches, en las frías y de brisa marina. La que te alumbra y te saca de las desconocidas tinieblas que con tanto gusto nos aguardan entre una algarabía de calles vacías.
Sucedimos los hechos, renegamos un pasado del que nos apropiamos tan solo con palabras. Dejamos lo que fue de lo que sentíamos y afrontamos con maestría la práctica de lo que nunca compartimos en pensamientos.
Asombrados quedamos, pero ninguno negó la magia de aquel dulce momento conjugado de suaves caricias.
Tú en la puerta, yo sobre caballo. Mirabas entusiasmada y sonreías, porque no me esperabas, quizás a nadie y sin embargo esperabas desde tu puerta al paso del forajido.
Como si fuéramos desconocidos te entregué la cortada clavellina que el jardín vio nacer. Afamada de simpatías la recogiste y no faltaron momentos para contemplar el rocío de la noche desplegándose ante nuestros ojos.
No quisiste más regalo, y con eso te serviste. Al alba me fui, y desde tu cama preguntaste por el reencuentro.
Sonreí y subí al caballo que en la puerta aguardaba: a pesar de nuestra joven noche, ésta muere en la mañana. Y como tal, nuestro sueño había ya acabado.
Lovelace
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