Saturday, November 16, 2013

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Y sonaban aquellos gélidos fríos al rozar los muros de la catedral, aunándose desde fuera a las voces de los niños cantores cuyas almas sonadas resonaban por las altas bóvedas celestiales. Las imágenes de todos los santos allí congregados, apóstoles y obispos enterrados acercaban sus oídos para percibir con disimulo, desde sus tumbas, la fonación aireada de los tubos del viejo órgano.


La grandeza del maestre Sebastián cuyos dedos dirigían con las teclas aquel alboroto y revuelo que consumía el silencio como un tornado en el templo. Las mismas velas a los pies de cristo temblaban y las jónicas columnas vibraban. Dentro estaban todos sentados. Incluso el arzobispo quien acusaba de soñar y velas sus ojos para adentrarse a las divinas praderas donde la música los guiaba. Y los pobres en pie, al fondo se apoyaban de muletas, de lazarillos o hijos predilectos.

Y de nuevo cuando los niños callaron…de nuevo columnas de armonía brotaban y disparaban al cielo llegando a la puerta de San Pedro, cuyas llaves, desde la sillería se oían mover. Sebastián tocaba a ciegas. Sus ojos abiertos sólo veían notas y más notas, pero en su mente era donde una fuente de ingenio y cordura dibujaba y diseñaba aquel alter splendore. Su memoria estaba en las manos, que traducían fidedignas cualquier interpretación de su corazón, dedicado, sin lugar a dudas, a toda aquella gente, como catecismo de fe para que encontrasen, como una vez él lo hizo, las bondades de Dios.

Estaban ensimismados. Los portones de madera y clavos tuvieron que abrirse ante aquel huracán que conmovía la prisión abovedada y acristalada con coloridos rosetones. La plaza invitaba a entrar a todos los gitanos y mendigos que deambulaban errantes, asustados por creer que las mismas gárgolas custodias habían tomado voz de embrujo.


Una estampida de palomas echó el vuelo a motear los claros cielos despejados de los ducados germanos. Perros ladraban hasta que se pactó el silencio en la cantata. Estaba el concierto llegando a su fin. Nunca antes aquellos habitantes habían visto un espectáculo similar. Fue el estreno de Johann Sebastián Bach ante aquella multitud que no olvidaría, como el resto del mundo, su nombre y música, de por vida.

Sire 

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