Una curva, un sonido… una onda infinita que acaba, una onda que sube al momento de bajar, una onda que comienza con una menguante distancia. Cerré los ojos y comencé a mirar.
Penetra indiscreta la bienhechora, se funde en un paso, en dos o quizás tres… te descalza, te da vuelo y te despeina todo el cabello, llega con la sorpresa de jamás volver, pero con la satisfacción de que llegó una vez. Y de la nada te empieza a zangolotear.
Te hace subir y bajar de manera alocada, te hace agitarte como si fueses a evolucionar… una onda que baja al momento de subir, que ríe, que canta, que toca… fugaz y eterna, que no solo transgredió la barrera de los sentidos, sino que ultrajo un espacio en el alma apasionada del bailarín… penetró con navaja, arrancó de la tierra y ofreció a los dioses con vaivén y nobleza, empapó con sangre la pista de baile.
Caminando por las callejuelas, comenzando con pena, prosiguiendo con cautela, avanzando con recato, terminando con seguridad… mirando a los ojos a todo aquel con que se cruzase en el camino, despistando a algunos con un tenue pestañeo, escondiendo una risita picaresca en el hoyuelo derecho; sacando el pecho, metiendo el trasero, alzando la cabeza y con pasos firmes, andar, andar en ese espacio tuyo, tan tuyo que se vuelve esencia de nuestra esencia, se vuelve pasión de nuestra locura, se vuelve éxtasis de nuestra fantasía.
Sentir como una energía nos atrae al infinito y como a la vez otra nos jala al subsuelo, esas fuerzas intensas penetrando… penetrando hasta lugares que no conocíamos de nosotros mismos, desprendiendo nuestra alma de nuestro cuerpo y ver como un espectador el poder de nuestra esencia, como tomamos posiciones que no sabíamos que podíamos llegar a hacer, como nuestras manos pueden seducir a todo nuestro cuerpo, como la música puede atravesar hasta la barrera más rígida y bien cimentada.
Un espejo con aquel en el que confías, un espejo que te deja sentir esa energía, un espejo en el cual te pierdes en la mirada ajena y dejas de ver el cuerpo y comienzas a ver al verdadero ser, aquel que se oculta en una sonrisa forzada, un cabello agarrado, en una ropa elegante, en un estereotipo autoimpuesto… dejas de ver al individuo y comienzas a verte a ti mismo en otra persona.
Y es ahí cuando te das cuenta del poder de la danza… dejaste de ser uno, para ser todos…
Pero en ese todo, solamente ves a uno, al espejo… y ahí está, esa mirada…
Esa alma… ese desconocido que te sonríe con fe.
Anely Civy
Penetra indiscreta la bienhechora, se funde en un paso, en dos o quizás tres… te descalza, te da vuelo y te despeina todo el cabello, llega con la sorpresa de jamás volver, pero con la satisfacción de que llegó una vez. Y de la nada te empieza a zangolotear.
Te hace subir y bajar de manera alocada, te hace agitarte como si fueses a evolucionar… una onda que baja al momento de subir, que ríe, que canta, que toca… fugaz y eterna, que no solo transgredió la barrera de los sentidos, sino que ultrajo un espacio en el alma apasionada del bailarín… penetró con navaja, arrancó de la tierra y ofreció a los dioses con vaivén y nobleza, empapó con sangre la pista de baile.
Caminando por las callejuelas, comenzando con pena, prosiguiendo con cautela, avanzando con recato, terminando con seguridad… mirando a los ojos a todo aquel con que se cruzase en el camino, despistando a algunos con un tenue pestañeo, escondiendo una risita picaresca en el hoyuelo derecho; sacando el pecho, metiendo el trasero, alzando la cabeza y con pasos firmes, andar, andar en ese espacio tuyo, tan tuyo que se vuelve esencia de nuestra esencia, se vuelve pasión de nuestra locura, se vuelve éxtasis de nuestra fantasía.
Sentir como una energía nos atrae al infinito y como a la vez otra nos jala al subsuelo, esas fuerzas intensas penetrando… penetrando hasta lugares que no conocíamos de nosotros mismos, desprendiendo nuestra alma de nuestro cuerpo y ver como un espectador el poder de nuestra esencia, como tomamos posiciones que no sabíamos que podíamos llegar a hacer, como nuestras manos pueden seducir a todo nuestro cuerpo, como la música puede atravesar hasta la barrera más rígida y bien cimentada.
Un espejo con aquel en el que confías, un espejo que te deja sentir esa energía, un espejo en el cual te pierdes en la mirada ajena y dejas de ver el cuerpo y comienzas a ver al verdadero ser, aquel que se oculta en una sonrisa forzada, un cabello agarrado, en una ropa elegante, en un estereotipo autoimpuesto… dejas de ver al individuo y comienzas a verte a ti mismo en otra persona.
Y es ahí cuando te das cuenta del poder de la danza… dejaste de ser uno, para ser todos…
Pero en ese todo, solamente ves a uno, al espejo… y ahí está, esa mirada…
Esa alma… ese desconocido que te sonríe con fe.
Anely Civy
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