Este mes quisiera dedicar un sentido pequeño tributo a un viejo profesor y gran amigo. En este mes de octubre, engalanamos Rincones de Amago para celebrar su primer aniversario de vida y es por eso por lo que el escritor Antonio Enrique tiene un hueco guardado y merecido, por su apoyo y seguimiento, en este enclave literario.
Su vida probablemente la podréis encontrar por Internet, al igual que tantos y tantos libros como ha escrito, reflejando en ellos la sabiduría de un hombre curtido en la vida, que ha luchado por investigar y conocer, enclaustrándose para regalarnos la Armónica Montaña , o llegando por los canales de Venecia hasta el descanso de Ezra Pound.
Es sin lugar a dudas un aventurero intrépido que ha hecho de cada día ejemplo. De lo más que puedo hablar sería de sus clases, de nuestras clases. En las que nos recibía con su atuendo sacado de alguna novela al estilo egipciano de Agatha Christie, en estío. Siendo sinceros, lo recibíamos nosotros, pero con qué gusto lo veíamos aparecer por la puerta, con su maletín, compañero inseparable, del que podría sacar cualquier libro, con su pluma en mano con elegancia la acariciaba y la hacía escribir, estaba ya domada.
Recuerdo una vez que tomaba el sol a media mañana, entre descanso y descanso, éste de marzo que contrasta con el helor de las sombras al amanecer, y pasando por mi lado sonrió mientras decía: “Dolce vita”. Era, y sigue siendo un Góngora nacido en el siglo pasado que dedicaba a mi generación, la del culo en el volcán, una sonrisa picaresca, un asombro o una atenta mirada.
Convertíamos las sesiones en hemiciclo, y tú, en medio, maestro, presidiendo mientras con clases magistrales nos dejabas conocer a los padres, hermanos y primos de la literatura. Cuántas horas para hablar del Decamerón, de las sutiles y sublimes mujeres que éste abarca, el porqué de los cuentos en relatados motivos, pero sobre todo, por la técnica circular que nos engatusaba poco a poco hasta tocar diana. Y cuando llegaba el final y sonaba el estruendo de la alarma, nos decías apenado: cuánto lamento que una hora sólo tenga sesenta minutos.
El paisaje y paisanaje granaíno son esencia y presencia de nuestra forma de escribir y de imaginar. Dicen que el romanticismo en los libros nació en las soberbias islas británicas, pero como estilo de vida, mucho antes, bajo las murallas de la Alhambra. Granada y sus callejas son de Calvo Sotelo, con la fábrica de tus abuelos, al paso del Genil, la perfecta cuenca donde habita la bohemia entre mora y cristiana.
Por esos últimos viernes de cada mes, donde custodias con placer y esmero, como yo hago con Rincones de Amago, el Aula Abentofail, haciendo que la cultura y pensamiento del país circule por esta encrucijada de caminos.
Por haber estado siempre volcado con la literatura, en ese sofisticado mundo de intelectuales que se desenvolvían entre versos, ejerciendo la docencia y haciendo el amago de llevarla a los más jóvenes. Por haber encendido la mecha de un sir y siempre darme tu apoyo. Serán mis letras escasas, pero sinceras.
Gracias maestro.
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