Saturday, October 20, 2012

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¿Qué hacer en uno de esos días en los que sientes que el mundo se viene abajo, que todo el mundo es insignificante en tu vida, porque a pesar de estar rodeado por un montón de personas, ninguna logra llenar el vacío que hay en tu mundo interior? Una sensación cotidiana en la vida de los seres humanos (al menos en aquellos que aún merecen catalogarse como tales), porque somos los únicos capaces de perseguir la tristeza cuando en nuestra vida está instalada la felicidad.
Continuamente, nuestra meta en la vida es luchar contra viento y marea por conseguir ser felices. Algo difícil de lograr, pues basta tener la felicidad al alcance de la mano, para dejarla marchar, tratando de buscar una felicidad completa. 

Nos empeñamos en buscar continuamente ese algo especial que nos llene de alegría, que nos haga, en definitiva, sentirnos los reyes del mundo, en un estado de euforia tal que muestre a simple vista porqué merece la pena vivir. Sin embargo, nosotros , seres imperfectos de la creación, queremos buscar el acto de la felicidad en sí misma, la esencia del concepto que dirían otros, obviando que la felicidad se encuentra en los hechos más inverosímiles y sencillos que nos rodean día tras día... sólo necesitamos ver a nuestro alrededor, algo que hacemos a menudo cuando nos sentimos aislados en este mundo, solos, sin nadie que sea capaz de entender la complejidad de nuestras vidas y de nuestros enormes problemas y preocupaciones. En ese momento, en el que daríamos todo lo que tenemos por un atisbo de la tan ansiada felicidad, comprendemos que eso tan complejo que buscamos, lo encontramos en las cosas más sencillas, que siempre nos rodean, pero que hasta ese momento no echamos de menos... una sonrisa al despertar, un mensaje que muestre que se están acordando de ti, unas melodías que recuerden momentos vividos o un simple gesto de apoyo, hacen que seamos las personas más felices durante esos instantes... y es entonces cuando comprendemos, que como todas las cosas de este mundo, la felicidad es tan imperfecta como nosotros mismos, y que no la podemos retener a nuestro lado por siempre, que solo estará en pequeños instantes, siempre, aunque muchas veces no seamos capaces de reconocerla. Es decir, al igual que los buenos vinos, esta se saborea en pequeñas dosis, porque si la "cantidad" es mayor, corremos el riesgo de pretender conservarla para siempre, creando su antagónico.

Lady Soledad

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